Think Tank Hispania 1188
Jesús María González Barceló, presidente
13 de junio de 2025
El Estado contra la libertad: la batalla de Ayuso
Madrid ya no es solo una región; es un símbolo. Una trinchera ideológica en mitad del lodazal político español, donde Isabel Díaz Ayuso resiste como figura totémica de una libertad asediada. Frente a ella, una maquinaria estatal aceitada con fines partidistas ha convertido la democracia en tablero de caza y las instituciones en herramientas de demolición moral. No es política: es una guerra asimétrica. Y la presidenta madrileña lo sabe.
Bajo su mandato, Madrid ha apostado por un liberalismo valiente, pragmático, sin complejos. Reducción de impuestos, simplificación normativa, defensa del pequeño empresario y del autónomo, oposición firme al cerrojazo ideológico del intervencionismo. Mientras otras comunidades se enredan en subsidios, burocracias y catecismos verdes, Ayuso propone confianza, mercado y esfuerzo individual. Y lo hace sin pedir perdón.
Eso, en una España dominada por un Gobierno central cuyo reflejo es más latinoamericano que europeo, es intolerable.
Porque Ayuso no solo gobierna: desafía. Cuestiona la autoridad moral del sanchismo. Y eso no se perdona. Así llegan los ataques, envueltos en celofán jurídico o camuflados tras titulares de escándalo exprés. Su pareja, su hermano, Nacho Cano… nombres lanzados como piedras, sin pudor ni contexto.
Mientras tanto, se silencia la red de intereses que envuelve a la familia Sánchez: una esposa bajo investigación por tráfico de influencias, un hermano cuya nómina pública escapa al escrutinio, y un fiscal general degradado a mero peón de la estrategia gubernamental.
Pero el escándalo nunca salta ahí.
Ni con Leire la fontanera.
Ni con Santos Cerdán, que parece salido de una novela de Mario Puzo.
Ni con Ábalos, desaparecido en combate tras el caso Koldo.
Ni con la amnistía que viola el alma del Estado de Derecho para salvar a un puñado de golpistas.
Ni con el aforamiento exprés a presidentes de diputación provincial del PSOE en plena sospecha judicial.
La justicia en España hoy parece llevar puñetas y puñal. Y algunos las afilan contra quienes no se arrodillan ante el altar del poder. Ayuso, en cambio, resiste. Cada ataque la hace más fuerte. Cada intento de doblegarla alimenta su leyenda. Porque no se deja colonizar por la culpa ni por el miedo.
Mientras otros se ocultan en gabinetes, ella da la cara en la Asamblea. Mientras el Gobierno llama “facha” a medio país, ella dice “gracias” a los médicos, camareros, madres solteras y empresarios que sacan Madrid adelante. Ha hecho del Zendal un bastión. De los impuestos, una bandera. Del “déjennos vivir”, una consigna generacional.
¿Perfecta? No. ¿Intocable? Tampoco. Pero en un país donde el Gobierno ha confundido democracia con dominación, Ayuso representa un punto de fuga, un gesto de insumisión liberal que ya trasciende la política y se vuelve cultural.
La izquierda española no la odia solo por lo que hace, sino por lo que simboliza: la imposibilidad de rendirse. La certeza de que aún existe margen para una política sin servidumbre. Y que no todo está perdido.
Hoy más que nunca, su lucha es nuestra.
