Abdelkamil Mohamed Mohamed
Ocurrió donde nunca debería pasar: en una oficina del Ayuntamiento de Ceuta. Un vigilante de seguridad, español de varias generaciones, ceutí de nacimiento y musulmán, fue agredido verbalmente por un ciudadano que, gritando y alterando el orden, descargaba su furia en plena dependencia pública. En medio del alboroto, se acercó al trabajador y le lanzó, con desprecio calculado, la frase: “Puto moro, vete a tu país”.
¿A qué país, exactamente? ¿A esta misma tierra que vio nacer a sus padres, a sus abuelos, a su familia entera? ¿A la Ceuta que lleva su historia escrita en la sangre, en la infancia, en la vida? El insulto fue un acto de violencia simbólica, un intento de expulsarlo no físicamente, sino emocionalmente, de su propia casa.
Y lo más alarmante es que lo hizo sin miedo, en voz alta, en una institución pública, alterando el orden con total impunidad. El racismo ha dejado de susurrar: ahora grita, golpea, y se siente cómodo incluso entre las paredes de la administración.
Pero la cosa no queda ahí. El odio no se limita a quienes profesan el islam. También apunta a quienes, sin ser musulmanes, se atreven a tratarlos como iguales. A quienes comparten vecindad, afecto o lucha. Para el racista, el respeto es traición. La convivencia, una amenaza.
Y mientras tanto, las instituciones callan. No hay campañas que eduquen, ni condenas ejemplares, ni reacciones institucionales a la altura. Hay una pasividad vergonzosa, que normaliza lo intolerable.
Esto no es un caso aislado. Es un reflejo brutal de una realidad más profunda. En barrios como Los Rosales, La Almadraba o el Príncipe, donde vive gran parte de la población musulmana de Ceuta, el abandono institucional es crónico. Más paro, más fracaso escolar, menos recursos, menos vida. El racismo no solo se dice: también se aplica.
Por eso lo que ocurrió en esa oficina no puede pasar como un simple incidente. Es una llamada de alerta. Es una herida abierta en el corazón de la ciudad.
Ceuta, o es de todos cristianos, musulmanes, judíos, agnósticos, ceutíes de siempre y ceutíes por decisión o es una farsa sostenida sobre la exclusión.
Y quienes creemos en la justicia, en la dignidad y en la verdad, no vamos a callar. Porque cuando a un español de varias generaciones, en su propio lugar de trabajo, le dicen “puto moro, vete a tu país”, el problema ya no es el insulto. El problema es el sistema que lo permite.

